A un maravilloso alcázar transportóme el Dios del sueño, lleno de mágicas luces y de vapores siniestros. Tropel confuso de gente iba con pasos inciertos por el largo laberinto de cámaras y aposentos. La puerta buscaban todos, dudosos, pálidos, trémulos; gritos angustiosos dando, manos convulsas tendiendo. Mezclábanse en el tumulto señoras y caballeros, y en el obscuro gentío encontrábame yo envuelto. Hállome de pronto a solas; miro en torno, y no comprendo cómo pudo disiparse la turba en tan breve tiempo. Solo, enteramente solo, echo a andar, sin rumbo cierto; pero plomo son mis plantas, plomo mi angustiado pecho: la salida busco en vano, y de hallarla, desespero. De pronto llegó a la puerta, mas, cuando a la puerta llego, encuentro en ella... ¡Dios mío! ¿Cómo decir lo que encuentro? Era mi hermosa tirana, era mi adorado dueño con el suspiro en los labios y en la frente el desconsuelo. Vuelvo atrás despavorido, y ella me llama en silencio con u...