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El otoño

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¡Salve, bosques que ciñen los verdores postreros! Amarillos follajes en la hierba esparcidos; ¡salve, breve hermosura! La natura enlutada se acomoda al dolor y me es grata a los ojos. Ando a pasos muy lentos el desierto camino y por última vez vuelvo a ver este sol palidísimo y bello cuya luz expirante ilumina a mis pies la tiniebla del bosque. Para mí hay más encanto en la luz del otoño cuando todo se muere a su vista empañada: el adiós de un amigo, la sonrisa postrera de unos labios a punto de sellarse por siempre. Ya dispuesto a dejar la ilusión de la vida, y llorando los sueños esfumados que tuve, vuelvo aún la cabeza y envidioso contemplo esos grandes tesoros de que nunca gocé. Tierra y sol, valles, bella, mansa naturaleza, os debía una lágrima con un pie en el sepulcro. ¡Todo el aire es perfume y la luz es tan pura! ¡Al que muere este sol le parece tan bello! Yo quisiera apurar hasta las mismas heces este cáliz que mezcla co...

La Luna

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¡Astro de rayos áureos, qué dulce es tu esplendor cuando corres los montes y en el musgo descansas y cuando tiemblas sobre las hierbas y los ramos o con el alción flotas sobre tranquilas aguas! Mas ¿por qué despertaste cuando sobre la tierra, todo dormido está? Astro cuya luz clara es inútil al hombre; en ti está tu misterio: tú no eres su fanal y tu irradiación pálida no sabe madurar los frutos conseguidos a fuerza de sudores; él jamás pide nada a la luz misteriosa de tu claridad; nunca te llama para que alumbre en sus casas las fiestas, sino que, cerrando sus viviendas a tus luces celestes, se alumbra con las llamas de los fuegos que logra arrancar a la tierra. Cuando la noche llega y comienza tu marcha por la senda celeste, están todos los ojos cerrados a tus luces misteriosas y claras. Y el mundo entero sigue insensible a tu vuelta, frío y sombrío como las tumbas olvidadas que son las preferidas de tus rayos de oro, a las que con amor tan dulcemente bañas...