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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Música de fondo

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Llega el momento de decir la palabra  y se la deja fluir, se la ayuda  a resbalar entre los labios,  anclada ya en sus límites de tiempo.  La palabra se funda a ella misma, suena  allá en el corazón del que la habla y trepa poco a poco hasta nacer  y antes es nada y sólo una verdad  la hace constancia de algo irrepetible.  Súbitamente esa palabra aumenta  el hallazgo caudal de la memoria, boga sobre los hombres que la escuchan,  gira anhelante entre vislumbres  y se alza más y más y se perfila, pule  sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños.  Después inicia su holocausto.  Función de amor o de vileza,  la palabra se gasta en los oídos, puebla sus márgenes de brozas,  se torna vana, amago de un aliento,  oscuridad final y sin sentido.  Está cayendo ya hecha pedazos.  Rescoldos sumergidos, restos de rescates sin fondo, flota y flota  sobre las intenciones proferidas,  entre el silencio de las conjeturas.  Es nada la palabra que se dijo  (no importa

Duele

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Se me ha incrustado  como hielo en la roca y me rompe desde dentro,  desde el primer beso  hasta la última caricia  convertida en sangre.  Y duele.  Duele cuando me lo arranco.  Cuando tiro de él,  apenas sin fuerzas con las que levantarme.  Cuando reniego de los pasos que no di,  mientras se filtraba por cada uno de mis huecos  para invadirme en silencio.  No soporto pensar  en los días y en las noches que no corrí,  en los golpes que no esquivé,  en los gritos que se ahogaron  antes del llanto.  Y duele que vuelva a ser agua.  Que las heridas se abran  para expulsar las agujas  con las que me cosía la boca,  esta boca que ahora es sólo mía  y ha aprendido a gritar,  pese a que duele. Inma Chacón

El viaje

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Y moví mis enérgicas piernas de caminante  y al monte azul tendí.  Cargué la noche entera en mi dorso de Atlante.  Cantaron los luceros para mí.  Amaneció en el río y lo crucé desnudo  y chorreando la aurora en todo el monte hendí.  Y era el sabor sombrío que da el cacao crudo  cuando al mascar lo muelen los dientes del tapir.  Pidió la luz en hueco para saldar su cuenta  (yo llevaba un puñado de amanecer en mí).  Apretaron los cedros su distancia, y violenta  reunió la sombra el rayo de luz que yo partí.  Sobre las hojas muertas de cien siglos, acampo.  Vengo de la montaña y el azul retoñé. Arqueo en claro círculo la horizontal del campo.  Sube, sobre mis piernas, todo el cuerpo que alcé.  Rodea el valle. Hablo, y alrededor, la vida, sabe lo que yo sé. Carlos Pellicer Hasta la vuelta

Vals del atardecer

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Los pianos golpean con sus colas  enjambres de violines y de violas.  Es el vals de las solas y solteras,  el vals de las muchachas casaderas,  que arrebata por rachas  su corazón raído de muchachas.  A dónde llevará esa leve brisa,  a qué jardín con luna esa sumisa  corriente  que gira de repente  desatando en sus vueltas  doradas cabelleras, ahora sueltas,  borrosas, imprecisas en el río de música y metralla  que es un vals cuando estalla  sus trompetas.  Todavía inquietas,  vuelan las flautas hacia el cordelaje  de las arpas ancladas en la orilla donde los violoncelos se han dormido.  Los oboes apagan el paisaje.  Las muchachas se apean en sus sillas,  se arreglan el vestido  con manos presurosas y sencillas,  y van a los lavabos, como después de un viaje. Ángel González

¡Cuántas cosas!

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¡Cuántas cosas tendría que deciros, si supiera quién hay tras de la puerta,  si pudiera contar lo que despierta  cada vez que se duermen mis sentidos!  Pero ya no me queda entre los giros  de los pasillos de esta vida muerta,  más que un polvillo de memoria incierta,  que no sé si en un soplo transmitiros.  Puede que alguno de vosotros sienta, al oír lo que digo, que esa cuenta  ya la ha oído él sonar antaño.  Y tal es verdad. Yo aquí en la boca  siento que lo más mío me es extraño  y que en mí la razón se vuelve loca. Agustín García Calvo