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Mostrando entradas de abril, 2008

primavera

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Abril, sin tu asistencia clara, fuera invierno de caídos esplendores; mas aunque abril no te abra a ti sus flores, tú siempre exaltarás la primavera. Eres la primavera verdadera; rosa de los caminos interiores, brisa de los secretos corredores, lumbre de la recóndita ladera. ¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa, abrazados los dos, sea tu risa el surtidor de nuestra sola fuente! Mi corazón recogerá tu rosa, sobre mis ojos se echará tu brisa, tu luz se dormirá sobre mi frente... Juan Ramón Jiménez

Plany al mar

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Cuna de vida, caminos de sueños, puente de culturas (¡ay, quién lo diría...!) ha sido el mar. Miradlo hecho un basurero. Miradlo ir y venir sin parar. Parece mentira que en su vientre se hiciera la vida. ¡Ay, quién lo diría sin rubor! Miradlo hecho un basurero, herido de muerte. De la manera que lo desvalijan y lo envenenan, ¡ay, quién lo diría que nos da el pan! Miradlo hecho un basurero. Miradlo ir y venir sin parar. ¿Dónde están los sabios y los poderosos que se nombran (¡ay, quién lo diría!) conservadores? Miradlo hecho un basurero, herido de muerte. Cuánta abundancia, cuánta belleza, cuánta energía (¡ay, quién lo diría!) echada a perder. Por ignorancia, por imprudencia, por inconsciencia y por mala leche. ¡Yo que quería que me enterrasen entre la playa (¡ay, quién lo diría!) y el firmamento! Y seremos nosotros (¡ay, quién lo diría!) los que te enterremos. Bressol de vida, camins de somnis, pont de cultures (ai,

Día de calma

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Quien no quiso caer en la mentira, no sea injusto desde la verdad. Repítelo. Es un día de calma. Aunque la mar extienda sus castigos y el golpe solitario de los remos se pierda entre la espuma, como se pierde el último destello de una mano, quiero que lo repitas: es un día de calma. Repite que es mentira todo lo que parece sucederte, que las manos deshechas son mentira y no temes el viento, ni existen los abismos en el agua, ni la respiración entrecortada. Porque la piel del labio siente una quemadura de sal y se parecen sus latidos al odio demasiado, repite que no sientes sus latidos. Ya que todo se mueve, ya que el tiempo bajo los pies se descompone y cae, regresa hasta el lugar donde las huellas forman parte de ti como un destino de arena que resiste en algún sitio detrás de cada ola. ¿A qué memoria perteneces? Vuelve. Una ciudad al Sur, un gabinete de balcones abiertos enfrente de los plátanos. Sigues leyendo, sabes los libros que son tuyos.

Oda a la bella desnuda

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Con casto corazón, con ojos puros, te celebro, belleza, reteniendo la sangre para que surja y siga la línea, tu contorno, para que te acuestes a mi oda como en tierra de bosques o de espuma, en aroma terrestre o en música marina. Bella desnuda, igual tus pies arqueados por un antiguo golpe de viento o del sonido que tus orejas, caracolas mínimas del espléndido mar americano. Iguales son tus pechos de paralela plenitud, colmados por la luz de la vida. Iguales son volando tus párpados de trigo que descubren o cierran dos países profundos en tus ojos. La línea que tu espalda ha dividido en pálidas regiones se pierde y surge en dos tersas mitades de manzana, y sigue separando tu hermosura en dos columnas de oro quemado, de alabastro fino, a perderse en tus pies como en dos uvas, desde donde otra vez arde y se eleva el árbol doble de tu simetría, fuego florido, candelabro abierto, turgente fruta erguida sobre el pacto del mar y de la tierr

deseada

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Deseada, ¡tan suave!, confín donde resbalo. ¡Oh siempre un poco ausente, suspendida en la nada! ¿Son tus ojos dulces? No, que está turbado tu mirar brillante de anhelos contrarios. Yo te amo, te amo, te amo, todo lleno de alas tempestuosas, y de garras, de furias, de dolor, por abrirme. ¡Oh, tenme en tu sonrisa, en tu sombra, en lo leve de tu mano impalpable! ¡Tenme en tu caricia! ¿A qué llamas cambiando? ¿Qué me pides furtiva? ¡Oh tú, siempre ignorada, tú siempre antigua y nueva! Ven más cerca. No temas. Tu mano tibia tiembla, tu cintura se atreve con sobresaltos, mía. ¡Mía, deseada! Y aún sonríes con ojos inocentes y raros. ¡Oh, dime! ¿Qué sugieren tus ojos arcaicos? Cabelleras, torrentes, músicas perdidas, corazón: esa ave que, cogida, tiembla. Y tú, esquiva, flotando desnuda, lenta y suave. Tú, chiquita, huida en un cielo sin nadie. ¡Oh dime, deseada, cómo hay que abrazarte mientras tu boca expira en la mía, sin
PARÉ en la carretera, y al salir de aquel bar deshabitado noté que me seguían. La luz del coche ajeno se acercó a la nuca indefensa de mi coche. El policía de la incertidumbre pudo esconderse a tiempo en la cortina del atardecer. Y detrás de la curva del pasado, igual que la linterna de un minero en el retrovisor, aparecía y desaparecía la huella del que estaba persiguiéndome. Aceleré hasta hundirme en la venganza de la noche, mientras el lobo de las autopistas buscaba soledad y luna llena en los campos borrados, en los cruces sin nadie, en la ciudad sin nadie borrada por la prisa. Hubiera preferido detenerme al llegar a mi casa, abrir la puerta, abandonarme al interrogatorio, dejar que inspeccionaran las sombras de mi archivo, que revolviesen los cajones. Pero al estar allí pasé de largo, doblé la esquina muerta y seguí la ciudad para llevarme el coche inevitable que me perseguía a la espuma infectada, al movimiento inútil de los amaneceres. No s