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Tristeza de verano

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Gustav Klimt  Rectifico: es de Anne-Marie Zilbermann El sol, sobre la arena, luchadora durmiente,  Calienta un baño lánguido en tu pelo de oro  Y, consumiendo incienso sobre tu hostil mejilla,  Con las lágrimas mezcla un brebaje amoroso.  De ese blanco flameo esa inmutable calma  Te ha hecho, triste, decir -oh, mis besos miedosos-:  "¡Nunca seremos una sola momia  Bajo el desierto antiguo y felices palmeras!"  ¡Pero tu cabellera es un río tibio,  Donde ahogar sin temblores el alma obsesionante  Y encontrar esa Nada desconocida, tuya!  Yo probaré el afeite llorado por tus párpados,  Por ver si sabe dar al corazón que heriste  La insensibilidad del azur y las piedras. Stéphane Mallarmé

La siesta de un fauno

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(Égloga) El Fauno: Estas ninfas quisiera perpetuar. Que palpite su granate ligero, y en el aire dormite en sopor apretado. ¿Quizás un sueño amaba? Mi duda, en oprimida noche remota, acaba en más de una sutil rama que bien sería los bosques mismos, al probar que me ofrecía como triunfo la falta ideal de las rosas. Reflexionemos... ¡Si las mujeres que glosas un deseo figuran de tus locos sentidos! Se escapa la ilusión de los ojos dormidos y azules, cual llorosa fuente, de la más casta; ¡mas, la otra, en suspiros, dices tú que contrasta como brisa del día cálido en tu toisón! ¡Que no! que por la inmóvil y lasa desazón -el sol con la frescura matinal en reyerta- no murmura agua que mi flauta no revierta al otero de acordes rociado; sólo el viento fuera de los dos tubos pronto a exhalar su aliento en árida llovizna derrame su conjuro; es, en la línea tersa del horizonte puro, el hálito visible y artificial, el vuelo con que la inspira...

Santa

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En la ventana está ocultando desdorados sándalos viejos de su viola resplandeciente -flauta o laúd en otro tiempo-, la pálida Santa que extiende el libro viejo que prodiga el Magnificat deslumbrante según las completas y vísperas. Roza el vitral de ese ostensorio el arpa alada de algún Ángel creada en el vuelo vespertino para el primor de su falange. Y deja el sándalo y el libro, y acariciante pasa el dedo sobre el plumaje instrumental la tañedora del silencio. Stéphane Mallarmé