En Colliure

Un rincón en el mundo
Detrás de una frontera,
O detrás de los años y los amaneceres
Con la esquina doblada
Como la página de un libro,
O detrás de las curvas de una guerra.


Se conmueve el camino a la orilla del mar.
Parece un látigo en el aire
De febrero lluvioso.
Cuando baja del coche,
Ángel González duda,
Pone sus pies heridos en la historia
Y sube muy despacio,
Entre muros franceses
Y casas repintadas
con el azul de los veranos,
hasta llegar al cementerio.


Lo que nos trae aquí,
No es el sol de la infancia.

Los lugares sagrados nos permiten vivir
Una historia de todos en primera persona.
Las flores de la tumba de Machado
Imitan el color de una bandera
Sagrada por mandato
De mi melancolía.


Aquello que perdimos una vez,
Y el frío de las manos, la palabra en el tiempo,
El dolor de las vidas que se cortan
En el cristal de los destinos rotos,
Descansa hoy, casi desnudo,
En una tumba de poeta.


¿Cuándo llegamos a Sevilla?,
preguntaba su madre al entrar en Colliure.


Qué difícil la suerte
De los pueblos que viven protegidos
Por la misericordia de un poema.
Qué difícil la última
soledad de Machado.
La luna llega al mar,


El mar llega a Sevilla,
Nosotros a un recuerdo
Y a esta pálida,
Desarmada emoción
De compartir una derrota.

Luis García Montero

75 años ya, sin embargo sus versos siguen vivos...

Comentarios

Chelo ha dicho que…
Antonio Machado, Ángel González, Luis García Montero y para cerrar Serrat, todo un lujo para disfrutar a fondo. Un abrazo
Meme ha dicho que…
Muchas gracias, Chelo fiel lectora de este blog. ¿Puedo llamarte así?
Recordar al maestro poeta siempre es un placer...
El poeta



Maldiciendo su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.

Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.

En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

Bajo las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
animales carniceros...

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!

Y otra noche
sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama

Y dijo: Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van.

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de
ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!



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